
En un mundo donde la incertidumbre y los desafíos globales parecen dominar la agenda diaria, la búsqueda de la felicidad se presenta como una revolución silenciosa y necesaria. Este concepto, fundamental para el desarrollo y el bienestar de la humanidad, recobra importancia cada año el 20 de marzo, Día Internacional de la Felicidad. Este día, declarado por las Naciones Unidas en 2012, no solo busca dar reconocimiento al papel que juega la felicidad en la vida de las personas, sino también alienta a las naciones a formular políticas públicas que la integren como un objetivo esencial.
La relevancia de esta jornada trasciende lo simbólico dado el contexto actual, donde el cambio climático, las crisis políticas, las desigualdades socioeconómicas y las tensiones internacionales desafían la estabilidad mundial. En este sentido, incorporar la felicidad como meta en las políticas de Estado es un recordatorio de que el progreso no debe medirse únicamente en términos económicos, sino también en el impacto positivo en la calidad de vida de las personas.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, el bienestar de las sociedades requiere de un enfoque integral que abarque tanto el crecimiento económico como la igualdad social, el cuidado del medio ambiente y, crucialmente, la felicidad. En este contexto, Ban Ki-moon, exsecretario general de la ONU, enfatizó la necesidad de un desarrollo que promueva el bienestar humano de maneras equilibradas y sostenibles.
Iniciativas globales como el Informe Mundial de la Felicidad intentan cuantificar este abstracto concepto, analizando variables que van desde el ingreso per cápita y el apoyo social hasta la expectativa de vida saludable y la percepción de corrupción. Este reporte permite a los gobiernos identificar áreas de mejora y configurar políticas públicas orientadas a alcanzar un desarrollo más equitativo y humano.
Mirando hacia el futuro, el reto persiste en encontrar ese balance entre la prosperidad económica y la calidad de vida, donde la felicidad sea un elemento primordial del discurso político y social. De esta manera, se abre una discusión sobre el papel de los gobiernos para establecer condiciones que faciliten la felicidad ciudadana, en un mundo que parece estar al borde del abismo. Traspasar las barreras de lo económico para abrazar una perspectiva humana podría ser la revolución pendiente que transforme la función del Estado. Implementar estrategias que no solo reactiven economías, sino que también cimenten el bienestar y la satisfacción de las personas, podría ser el camino hacia un futuro más esperanzador.