
En las inmediaciones de la central nuclear de Chernóbil, una monumento remanente de la Guerra Fría sigue erguido: el radar Duga. Este colosal mecanismo, una vez camuflado bajo el título de Estación Civil de Comunicación Espacial, es una de las reliquias secretas más intrigantes de la Unión Soviética. Concebido para detectar misiles balísticos estadounidenses, el Duga era parte de un complejo de vigilancia cuyas antenas alcanzan hasta 150 metros de altura y se extienden por 500 metros de largo.
Escondido en un bosque donde la radiación ha alterado el entorno natural, esta instalación detectaba lanzamientos de misiles al rebotar ondas en la ionosfera. Su sonido característico llevó a su apodo occidental, pájaro carpintero. Su presencia solo se hizo pública tras el accidente de Chernóbil; antes, su existencia fue negada oficialmente por la URSS.
Volodimir Verbitsky, quien sobrevivió al desastre nuclear, describe cómo el radar comparte historia con la ciudad desaparecida de Chernóbil 2, un área reservada exclusivamente para los trabajadores del Duga. La instalación dependía de la central nuclear como fuente energética para sus transmisores de alta frecuencia. Sin embargo, tras el desastre, los equipos fueron saqueados, sus manuales destruidos o extraviados para ocultar tecnología sensible.
Aunque el Duga solo operó a su máxima capacidad la noche del accidente del reactor 4, su eficacia y propósito último permanecen en debate. La instalación contaba con una estación gemela, Duga 2, situada en el Lejano Oriente ruso, aunque se especula que nunca alcanzó operatividad total.
Actualmente, la invasión rusa ha restringido el acceso a esta área que alguna vez fue sitio de prueba militar y que hasta ahora había estado abandonada. Su estado persiste como un recordatorio de la intervención nuclear en la región, atrapado en el tiempo y rodeado por las cicatrices del pasado.