
La cultura empresarial se ha consolidado como uno de los factores determinantes en la gestión ética de las organizaciones. Más allá de valores publicados y cumplimientos normativos, es el conjunto de creencias y normas que, si alineadas con la ética, fortalecen el buen gobierno corporativo y fomentan confianza interna y externa.
Actualmente, los escándalos corporativos y la desconfianza general han puesto en primer plano la importancia de un buen gobierno corporativo, donde no solo se valoran las estructuras formales como auditorías y consejos, sino también la cultura organizacional. Esta cultura, cuando está basada en integridad y responsabilidad, actúa como catalizador de buenas prácticas empresariales.
Un estudio del Instituto de Ética de los Negocios resalta la relevancia de la cultura interna frente a marcos regulatorios, señalando que decisiones cruciales se toman en el día a día, sin supervisión estricta, evidenciando así el poder de la cultura como regulador de conductas organizacionales.
Un ejemplo es Unilever, que ha integrado sostenibilidad y ética en su práctica diaria, reflejando sus valores en decisiones corporativas. La diversidad, participación y coherencia son tres pilares esenciales que fomentan un gobierno empresarial responsable. Promover un entorno diverso ayuda a evitar decisiones cuestionables, mientras la participación garantiza transparencia y responsabilidad.
Para las empresas, traducir sus valores en acciones reales y cotidianas es crucial para mantener la coherencia entre lo que se predica y lo que se lleva a cabo. Estudios del World Economic Forum y la OCDE indican que las compañías con una sólida ética y liderazgo responsable muestran un desempeño superior en el largo plazo.
El buen gobierno corporativo no depende únicamente de normativas y estructuras; necesita de una cultura viva que proyecte principios éticos. Más que formular un código de conducta, es imperativo cultivar un entorno organizacional que respira y actúa según esos valores compartidos.